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martes, diciembre 29

Olvido habitado




Estos días he amanecido como un olvido habitado.
Tanto eco en esta habitación, exacto,
da cuerda a los relojes cuando camino
–de la ventana a la cama, de la cama a la puerta,
de la puerta, esa boca clausurada y muda
de la que nazco como una palabra aburrida,
a la ciudad—,
un eco que pone a girar al mundo.
Las calles, por su parte, lucen felices
incluso cuando se quedan calladas.
Una persona va de la mano de otra por la acera,
en el parque, en una plaza,
todo lo demás son espejos repitiendo la vida.
A mi, en cambio, alzar la mirada
me está costando más trabajo que de costumbre.
Hago la pasarela
sosteniéndome con una mano, luego la otra,
a cada hoja del calendario.
El año va a acabarse y vendrá el abismo de todo lo nuevo.

A ratos, sonrío.
Porque uno puede sonreír también en los días peores.
Después de todo,
este es el invierno más cálido, más brillante
de todas nuestras vidas.
Y nadie podría negar que estamos en la sequía de los abrazos.

martes, marzo 24

Quizá estamos locos


–¿Qué hiciste, chico psicótico?
–Quería destrozar algo hermoso.
En una ocasión, a propósito de un manuscrito que nunca terminé de corregir (pero espero algún día concluir, o reescribir) Nadia Villafuerte me hacía una anotación: “En procesos mentales de inestabilidad, nadie se da cuenta de nada. La mente sigue siendo un misterio”. Ella estaba discutiendo con el planteamiento de un personaje al que creí haber dado suficiente forma. El tiempo me enseñó que no había sido así. Tampoco es como si a estas alturas mi mente hubiera dejado de ser un misterio y tuviera más clara la construcción de personaje alguno. El mío ni siquiera.
Lo que ahora he intentado plantearme es cómo podemos darnos cuenta de que hay algo oculto ahí, en ese lugar –parafraseando de nuevo a Nadia– donde no hay modo de quedarnos quietos y que es el amplio salón de nuestra mente. Quizá estamos todos muy locos y no hemos encontrado quien quite la cortina y devele, señale con el índice diciendo, “mira, ahí, justo ahí está el misterio, tu locura de siempre”.
Una de mis canciones preferidas de últimos tiempos es Crazy de Gnarls Barkley e inicia con una frase que, por lo demás, bastó para enamorarme: Recuerdo cuando perdí la cabeza (I remember when I lost my mind). La frase me recordó aquel breve intercambio epistolar con Nadia y me obligó a plantearme algo: Solo en retrospectiva podemos ubicar el momento en que algo se rompió. Quizá seamos nosotros mismos los que develamos la existencia del misterio. El momento en que algo se rompió (habremos de tener un montón de astillas clavadas por todas partes para recordarlo) y empezó la locura.
Ubicar el inicio de la propia locura bien podría ser la búsqueda de la última pieza del puzzle mental debajo del sofá. Ello no significaría, creo y bajo ningún punto de vista, resolver el cuadro, sino solo completar la forma para empezar la lectura. Y en todo caso, sigue uno dentro de un terreno pantanoso donde se podría caer en el autoconvencimiento.
–¿Por qué te van a confundir conmigo? Sí sabes.
–No
–Porque somos la misma persona.
Eso me hace recordar una lectura, Obrar mal, decir la verdad. En las primeras páginas del texto Foucault recuerda el caso de un psiquiatra francés, Leuret, quien diseñó una forma para tratar la locura: convencer al loco de que estaba, en efecto, loco. La cosa era más o menos la siguiente: después de interrogar al loco sobre su delirio, en una sucesión de duchas heladas, se “convencía” a éste de que lo que dice, piensa y cree no son otra cosa que locuras. La cosa se resolvía cuando, tras la labor de convencimiento, el enfermo decía:
—¿Ver y oír cosas es estar loco?
—Sí —respondía Lauret.
—Entonces todo es una locura.
Focault describe así una de las formas de tratamiento moral de la locura y remata en este breve pasaje con una frase: no se puede a la vez estar loco y estar consciente de que se está loco.
¿No se puede?
En el trabajo de arqueología sobre los recuerdos es probable ir recogiendo las astillas hasta encontrar el sitio del impacto. ¿Eso sería tanto como el principio de sanar la locura? Quizá para alguno de los tipos de psicoanálisis sí.
El personaje del que escribía y analizó Nadia no sabía dónde empezaba su locura, pero era consiente de la misma. No era ese un detalle menor. ¿Cómo podía ser consiente sin saber dónde estallaron las astillas? E incluso, cabe aquí otra anotación, identificar cuándo perdimos la cabeza no implica ni remotamente demarcar la frontera del delirio. Esa línea es muy flexible, casi gaseosa y en lugar de ser sujeta a contención, nos envuelve. El secreto está al final, en una suerte de punto de no regreso donde puede quedar claro que no resulta imposible deshacernos de la locura ni reconocerla por completo, a excepción de sacrificar algo.
En Fight Club de Chuck Palahniuk –cuya adaptación cinematográfica cuenta entre mis cintas favoritas–, Tyler Durden es el encargado de levantar el velo sobre la mente del narrador. ¿O es éste último quien hace la revelación? No es eso lo importante, sino la forma en que se cobra conciencia sobre el delirio, la forma en que las imágenes un instante atrás distorsionadas por el misterio de la mente se iluminan y todo cobra sentido. El delirio no desaparece por esa toma de conciencia, pero en medio de la sala de estar de la locura algo ha cambiado. ¿Qué es?
La epifanía da masa a algo de lo que es posible asirse en ese momento, una certeza fría como el cañón de una pistola antes de la detonación y firme como el suelo donde aún se puede ver asomar a las serpientes. Y nada resuelto, después de todo. La mente sigue siendo un misterio.

viernes, abril 3

Dae Pecuniae

No estoy. Porque me he ido antes que tú, andando esas calles aburridas en las que las farolas revientan ante la provocación del calor insoportable. No estoy, no: ves el reflejo del aire en el que estuve. Así he sido siempre: espacios vacíos que te recuerdan a mí. Como una ecuación irresoluble, pretérito de tus besos en noches para las cuales, las luces de mi auto, rompían la cortina de la oscuridad en dos perfectas partes: y los portones que no hemos tocado, y las llaves perdidas, y los setos en los que no podemos esconderos; hay universos miles y más de una forma de contar la historia: vamos a sonreír, a donde nos toque, vete de compras y trae alcohol en una bolsa de papel, convídamelo en la primera oportunidad, cuando vuelva al lugar donde me has visto siempre: lugares vacíos que deben de llenarse, lugares pletóricos de los que vaciaremos los recuerdos. No estoy: me has llevado contigo.

Pain of Salvation - Dae Pecuniae - Be/2004
[Dea Pecuniae:] "If you're looking for fulfillment A Kingdom and a Crown A Paradise of Free Rides I am here... ...to let you down I'll get you the sexy cars And a taste of divinity A glimpse of the Stars Immortality But then Vanity Will leave you dried and scarred ([Mr. Money:] That's right, oh, give it to me!)

Pain of Salvation es una banda sueca de metal progresivo centrada en el multitalentoso Daniel Gildenlöw. En 1984, Daniel Gildenlöw con apenas 11 años, inició una banda llamada Reality que luego en 1991 sería renombrada Pain of Salvation. Luego de algunos cambios en los integrantes, la banda logra producir su primer disco llamado Entropía en 1997. Este éxito inicial fue seguido por más producciones discográficas, cada una más aclamada por la crítica. En 2004 Pain of Salvation produce su álbum más ambicioso, BE.
Esta vez con el apoyo de una pequeña
orquesta sinfónica llamada Orchestra of Eternity. Este álbum fue el primero en dividir la opinión de los fanáticos, debido a que es musicalmente experimental y de naturaleza filosófica. Su sonido es caracterizado por poderosas guitarras, grandes rangos vocales, cambios abruptos entre pasajes fuertes y calmados y experimentos con polirítmicas. Otro característica de la banda es el hecho de que cada álbum es un álbum concepto con letras bastante emocionales y complejas.