martes, septiembre 30

Ensoñación.

Sueños largos.
Extraños.
Sueños con historias que no acaban.
Personajes que aparecen y desaparecen. Que hablan.
Algunos, en voz baja.
Otros sólo mueven los labios y olvido después sus palabras
no dichas, no escuchadas,
no echadas al viento que soñaba.
Sueños en blanco y negro.
Sueños con luminarias
que cuelgan de los techos
chorreando luz que parece agua,
leche, nata, nada.
Sueños de persecusión, donde corro
como una saeta al viento
-bah, que burdo, debería decir:
y corro, como un bólido, dejando atrás un paisaje
que se hace pequeño, que se encoje, desaparece-
sí, corro y salto y vuelo.
Energías magnéticas, cíclicas, míticas
me elevan a velocidades de ensueño.
Ah, claro, es un sueño.
Sueños de mujeres vegetales, minerales, animales.
Todas hermosas, todas suculentas como duraznos.
El agua en la boca.
En el alma.
En las bolsas.
Saboreándolas sin tocarlas, sin morderlas.
Mujeres que aparecen y se van, que regresan a mi lado
cuando no las he llamado.
Mujeres blancas, oscuras, multicolores, fractálicas.
Mujeres que amo, que son una, muchas, ninguna.
Con sus brazos largos y sus sonrisas escasas, casi borrosas
en medio del...
sueño, sueños de vida y muerte,
sueños que me despiertan a la una, a las tres, a las cinco
de la mañana o de la tarde, todo depende.
Sueños lindos, que me recuerdan a tiempos
que no he vivido, que vendrán mañana
o que jamás aparecerán.
Qué importa. Que importa.
Sueños acolchados, cálidos, mullidos.
Sueños mudos, que gritan y no escucho.
Sueños de amor, de guerra, de planetas cayéndose a pedazos.
Sueños, sueños.
Despetar es
¿poner pausa al sueño o hacer un receso a la vida?

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