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jueves, enero 14

Lo más seguro que tenemos


Lo que hay que hacer con las certezas
es atarlas todas por sus puntas, hacer una madeja
y echarla al río más grande que encontremos.
Volverán cuando quieran.
Como cuando no sabía muy bien qué hacer
y terminé encontrándome,
ya con más de treinta años,
con un par ambiciones no muy pequeñas.
O esta fiebre
que aprieta las mandíbulas para moler
los diarios malos sueños
y este rostro,
que nunca había sido mío,
vestido durante semanas hasta el entumecimiento
con la misma mueca.
Es lo que quería contarte: la seguridad con que decaemos.
Apenas si vamos a poder ser tan hermosos mañana
como ya lo hemos sido hoy.
Y lo más seguro que tenemos
es esta rabia
con que vemos el camino hacerse añicos.
Todo está tan definido
que puede servir para llenar un costal
que cuelgue al hombro
en tanto se llega al lugar donde ha de desaparecer.
Hay que desechar todo lo que era seguro,
todo lo que era real.
Esa mañana exacta,
o la boca abierta para depositarle flores,
la mesa de madera para mojarla de risa,
la llegada puntual de las palabras.
Lo que hay que hacer
es licuar todas las fronteras
mientras nos crecen pétalos en las manos.

lunes, enero 11

Nos hallamos aquí


Yo estoy fumando más que de costumbre.
Otra vez. No importa.
De cualquier manera, nos hemos estado muriendo
desde hace tanto.
Ni tú escapas de la vida
ni yo actualizo el pasaporte
porque igual, las fronteras que veo
tienen los muros altos como tardes silenciosas.
Y yo, que pensaba en los misterios por resolver,
hoy quisiera echar una maleta al auto
y cerrar el día a día
por obras de restauración.
El futuro está escrito en un papelito
que hemos puesto en el fondo de la cartera,
lo guardamos por valioso
y no lo volvemos a ver
hasta que todo estalla,
se acaban las becas de posgrado
o nos alcanza la devaluación del peso ante el dólar.
Allá afuera se están muriendo los ídolos
–o se están volviendo inmortales, lo que prefieran–
y nos van quedando los restos del mundo
que se sigue derritiendo entre las manos.
Y nos hallamos aquí,
sin saber qué hacer con el elefante en la habitación.
Pero, ¿a quién podría importarle un carajo
la devastación?
Alrededor, ese crucigrama que me rompe la cabeza.
En mis manos, ese silencio con el que podría llenar mis copas.

jueves, diciembre 31

No demasiado, no mucho tiempo


No estés triste, no demasiado, no mucho tiempo.
Este brazo izquierdo acalambrado también tiene una vena
que va directo al corazón,
y ese viento que ha soplado en tus oídos por la tarde
también conoce el camino de la vena
y viene a mí como una hermosa daga,
una sonrisa helada que hace nido en mi pecho.
No te desesperes porque el paisaje da vueltas
como el fondo repetido e infinito de un dibujo animado,
no te enojes con ese absurdo escenario
y su vértigo,
si vos tienes dedos con los cuales
sacar de sus cuencas los ojos a la realidad.
Sabes morder y arrancar y desgarrar,
¿lo ves?
Tantas armas que resulta inútil perder esperanza.
Tampoco te va a hacer falta mi fantasma
para poner bajo tu afilado talón lo que del pecho queda.
Ni este ardor en el rostro
y tampoco esta hambre.
Mi ropa todavía puede absorber un sollozo
antes de que se acabe el año.
No estés triste, no demasiado,
lo justo es poco.
Aún falta brindar por las tormentas que vienen,
y por la devastación evitada mientras dejamos,
en perfecto equilibrio,
una rama en medio del dedo índice.
Falta todavía que veamos cómo arde el mundo.
Y entre eso y hoy, hay mucho.

jueves, abril 2

Estabas.

Triste, ausente, comiéndote el techo con la mirada, sin lágrimas cayendo por la orilla de tus ojos, sin nada, con las uñas aferradas a la sábana, con mi cuerpo cercano, preocupados por que el universe se contrae después de tantos millones de años replicando su explosión, concentrándonos en la incapacidad intrínseca del mundo para equilibrarse, en la inefable necesidad del destino, su insensatez, por estrellarse de cabeza contra las paredes, estallando y regando sus pensamientos sobre nuestra cara. Así estabas. Y yo, testigo de mil risas y tragedidas unísonas, no pude llorar por ti.