martes, junio 21

Flor que muere cada día




No ha llovido, lo adivino. No lo suficiente.
La calle se abre apenas porque amanece,
escupe las piedras, el flujo, conjura
los acantilados.
Las señales, ojos ciegos, siguen
vacíos
a los primeros que caminan al día.
La cicatriz olvidada que corre frente a la casa
palpita
con las horas más frescas.
Desde la almohada, lo adivino,
la resequedad amplifica cada golpe,
cada rabia que tose motorizada,
cada ninfa apurada que huye de la sequía
con los grandes ojos enmarcados de maquillaje,
la juventud fruncida en el gesto de la boca,
sacudiendo de los hombros el polvo de los sueños.
(Hay que pagar, hay que comer,
el niño necesita zapatos nuevos.
¿Qué coño hace su padre?
¿Qué coños hacen todos los padres?)
La respiración baila con la cortina
que se inflama con el fresco.
El mundo sería apenas mejor con un poco,
lo adivino,
de lluvia.
Nada florecería, es cierto,
pero la cicatriz se haría vena, casi vida,
casi un rostro herido y lavado y callado.
La calle frente a la ventana
en la que se hincha una cortina que respira por mí,
se abre para secarse hasta romperse,
hasta pudrirse a media tarde.
Las venas de la ciudad están hechas
de tal modo que mueran cada tarde
y brillen con tristeza, lo adivino, cuando amanece.

jueves, junio 9

Saber que sos...

Desnudo frente a la ventana, Jean Puy (1930) y Las bañistas, Gerardo Murillo 'Dr. Atl' (1902). Mural, exposición Los Modernos.

Una foto publicada por Lord Edramagor (@edramagor) el


A veces sos esquirla. Trayectoria de explosión.
La tormenta en mi pecho cuando suda la rabia.
El recuerdo perfecto.
A veces sos el exacto accidente que da lugar al universo.

Yo quiero ser ese viento que corre antes de que lluevas.
Levantarte sobre las ruinas hasta lo más alto de la tempestad.
¿No es el amor tan parecido a la devastación? Y por eso en la tormenta se antoja tanto el abrazo.
En la primera vibración del cielo, mientras caigo y te observo, soplo.
Vos te hacés lluvia. Vos lo inundás todo.

¿Quién llegó primero al momento en el que nos decidimos?
El amor es
a veces
esa esquina donde no sirven ya de nada los antifaces.
Y admirarte en esa violenta revuelta en tu cabello,
en esa forma en la que sólo vos sabés llover.
Qué poquito se vuelve el tiempo
cuando se trataba de volvernos perfectos e inmortales
como un par de mariposas saliendo de la boca de un sueño.
Almas y fantasmas, el juego de niños
lleno de besos violentos como el hambre
mientras nos quitábamos la piel hasta volvernos grandes.
Cómo no te iba a querer, cómo no iba a entrar a esa casa tomada
que era la idea de lo posible.
A veces sos el acertijo correcto.
A veces sos esa explosión en mi pecho que tiñe de rojo la tarde.

miércoles, junio 8

A veces sos...

viernes, mayo 20

Algo que se podría hacer



Algo que se podría hacer con todo es olvidarlo.
Posible, sí, pero no conveniente.
Por eso dejo a este pensamiento seguir reptando
sobre mi piel,
llaga que me lame los ojos, una peste.
Una arcada que expulsa al vino.

Pero estas son las lecciones de la tristeza,
de la rabia, del asco, el ansia.
El peor error sería arrepentirse
de dar el paso que te condujo a la caída.
No es la noria
de un pie delante del otro,
esas serpentinas con luces de colores
que brillaban
como un millar de posibilidades,
no la incertidumbre como
un trago de mezcal a ciegas en la noche,
ni las líneas de las manos
garabateadas con el humo de los cigarros.
No.

Aquello era la ofrenda y a vos te nombré ritual.
Aún puedo sonreír a esa certeza.
Pero mañana vendrá la lluvia
y dejará limpio todo.
Incluso esta ciudad
que nos hemos tatuado bajo la carne,
la que no deja de cambiar y de cambiarnos.

jueves, abril 14

El ansia




Vos eras el ansia de la fruta
cuando se acerca a los labios,
su grito al entregar la carne.

Solo quien hace un barco de papel con un recuerdo
añade a la rutina lo que bajo tu piel es respiro.
Y, ¿quién era yo?

Una hora cualquiera se convierte en escalofrío,
un esperar de mareo
sin posibilidad de devolver una palabra.

Era una rabia.
Odiar como germinando,
un dividirse hasta que el retoño te alcance.

Vos y tu voz que desecaba igual que nos hace la ciudad,
una sola pared por todo laberinto,
la cuesta abajo.

¿Qué había más allá?
La desesperante fortuna como una certeza descorazonadora.

Nos hace tanta falta la amnistía.
Es innecesaria, pero igual hay que chocar las copas
antes del primer sorbo.

Un incensario para purificar,
que también está de más.
Esta bestia en el estómago es cristalina.

La boca que te alcanzaba,
eso era.
Llevando el ansia de la lengua a la entraña.