Yo estoy fumando más que de costumbre.
Otra vez. No importa.
De cualquier manera, nos hemos estado muriendo
desde hace tanto.
Ni tú escapas de la vida
ni yo actualizo el pasaporte
porque igual, las fronteras que veo
tienen los muros altos como tardes silenciosas.
Y yo, que pensaba en los misterios por resolver,
hoy quisiera echar una maleta al auto
y cerrar el día a día
por obras de restauración.
El futuro está escrito en un papelito
que hemos puesto en el fondo de la cartera,
lo guardamos por valioso
y no lo volvemos a ver
hasta que todo estalla,
se acaban las becas de posgrado
o nos alcanza la devaluación del peso ante el dólar.
Allá afuera se están muriendo los ídolos
–o se están volviendo inmortales, lo que prefieran–
y nos van quedando los restos del mundo
que se sigue derritiendo entre las manos.
Y nos hallamos aquí,
sin saber qué hacer con el elefante en la habitación.
Pero, ¿a quién podría importarle un carajo
la devastación?
Alrededor, ese crucigrama que me rompe la cabeza.
En mis manos, ese silencio con el que podría llenar mis copas.
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