lunes, abril 5

Silencio al tiempo



Sonríe.
El verdugo de los brazos dispares
avanza y hace una mueca temblorosa al ritmo de un tic-tac.
Sonríe,
el verdugo definitivo se cierne sobre los planes contrahechos.
Sonríe
-que la sonrisa es la verdad serena-
ante las invasiones contractuales, deshilados aforismos de los planos inconexos.
Sonríe:
del verbo que se hizo añicos cuando la boca se abrió demasiado
para convertirse en carcajada,
luto desnudo sin salto posible
por las consecusiones de abismos ante cada paso resuelto.
Sonríe,
-que el ánimo de esta sonrisa es su silencio-
para atravesar las paredes como los fantasmas que hemos sido:
aquí los acuerdos postfechados, las listas de invitaciones,
dispersas sobre la mesa, travesuras;
menudos rompecabezas, retos concebidos para la consumación de los paralelismos,
veredictos pendiendo de los dedos de cada mano,
trueno sin relámpago o lo contrario a los fenómenos atmosféricos más aberrantes:
sonríe,
como el pasar del arco sobre las apretadas cuerdas,
sonríe,
y que tus ojos ardan con la revelación asentada en los estudios criminalísticos:
sonríe,
siempre en silencio.

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