sábado, mayo 29

Home, sweet, home...



Echando la mirada a lo largo del pasillo, por un instante, parecía que el camino fuera interminable.
Usó el dedo meñique para, como era costumbre, echarse el mechón de cabello castaño detrás de la oreja. Extrañó, por un instante, que no hubiera alguien para verla hacer aquel movimiento.
Mientras inspeccionaba por tercera o cuarta vez el camino, se preguntó de dónde venía la luz que iluminaba las paredes y se reflejaba en el piso marmoleado. Parecía como si una cenefa luminosa recorriera, más o menos a la altura de su cintura, ambas paredes. Dos líneas paralelas de luz tan tenue que los ojos, a veces, se creían engañados y buscaban el origen de la claridad en otro punto.
Le encantó el efecto. Era un poco mágico. Como cuando se ve una fuente luminosa en un sueño y uno no alcanza a definirla. Como encontrarse, justo en una escena onírica, una bombilla eléctrica encendida y sentir, pese a todo, que el haz viene de otro punto.
Volvió a sonreír. Ahora se apartó el mechón de cabello que caía del lado derecho del rostro. ¿Por qué no podía haber alguien que la observara? Había escuchado tantas veces un halago cuando emprendía es gesto, inequívoco, delator de su identidad.
Suspiró. Fue un suspiro corto y desviando la mirada hacia la pulida superficie bajo sus pies. Cuando volvió a alzar la vista, más consciente de su situación, sonrió (aunque en realidad, sus labios sólo se tensaron para formar una cicatriz en medio de su rostro, pues la sonrisa no era sincera).
Volteó hacia atrás y la imagen, aunque extraña, no le era desconocida. Inclinando un poco la cabeza hacia la derecha, frunciendo el entrecejo ligeramente, decidió lo que había de hacer.
Con el meñique de la izquierda, se colocó el rebelde mechón de pelo tras la oreja y empezó a caminar por el largo pasillo, todavía indecisa entre sonreír o no, sin volver ni una vez más la mirada a su abandonado cuerpo.

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