viernes, junio 18

Adiós, Saramago.

Salí de mi casa más tarde de lo habitual pero dispuesto a llevar a cabo mi rutina del medio día como siempre.
Conduje por la "vía rápida" sur de la ciudad, una larga calle curva a la que confluyen demasiadas calles y que, en un mal momento, puede quedar inundada de vehículos con más prisa que el mismo viento.
Debido a que salí tarde de casa, no tuve tiempo de ver las noticias o descargar las actualizaciones de los podcast que escucho, pero no me preocupaba demasiado. Al parecer, el mundo no había sufrido ningún cataclismo ni nada parecido.
Fuera como fuese, seguí avanzando con el vehículo hasta llegar a la plaza. Ya en el lugar, sólo tuve que caminar un poco antes de alcanzar la mesa de café.
Es viernes y, al parecer, también es fin de cursos en algunas escuelas. Como sea, muchos jóvenes caminan por el centro comercial. Un grupo de ellos está sentado en la mesa que siempre ocupo y algunas otras personas parecen haberse salido de su rutina para imitar la mía. Sólo una mesa está libre así que, tras pedir el café, camino hacia ella.
Por un momento la idea de que debí quedarme en casa pasa por mi cabeza pero intento desecharla rápidamente. Mientras enciendo un cigarro y enciendo la computadora, recuerdo los pendientes y los pequeños planes para los próximos días.
Los jóvenes sentados a un metro de distancia platican, ríen, se hacen bromas. Supongo que hablan de mí y de mi cigarro, porque siento sus miradas después de unos minutos y tosen escandalosamente.
Sonrío para mis adentros. No me importa y, estoy casi seguro, a ellos tampoco les importa demasiado. Quieren hacerse notar, quieren sentir que la razón los asiste (es probable que así sea), están en grupo y, como manada, se apoyan unos a otros para tener algo de qué sentirse triunfadores. No es malo. No les hago caso.
Fumo. Dejo que el humo vuele alrededor mío, incluso, lanzo algunas volutas distraídas hacia la mesa cercana sin dejar de sonreír para mis adentros.
Un sólo mensaje en Twitter me bastó para abrir tres ventanas de navegador. Un mensaje que, de alguna manera, pensé que sería un error. Siempre queremos que sea un error. Curioso. Un sólo mensaje en mis redes sociales mientras las páginas web estaban llenas de reseñas, comentarios, opiniones, resúmenes de la noticia: Saramago había muerto.
Los adolescentes reían, tosían escandalosamente, reían. Saramago, a sus 87 años, había muerto. Los jóvenes hacían planes, se levantaban de la mesa, caminaban hacia el cine. Saramago había muerto.
Mientras los veía alejarse, me pregunté, sólo por un instante, qué expresión pondrían si les avisaba que Saramago había muerto. Quizá reirían. Quizá se quedarían pensando a qué me refería.
Encendí otro cigarro, casi con una epifanía en la llama del encendedor. Si no lo conocen, lo harán pronto. Algún maestro intentará metérselo por los ojos y, por ello, quizá lo odien o se enamoren de él. Ṕasará lo que deba pasar.
Suspiré, abrí una nueva pestaña del navegador y empecé a escribir: "Salí de mi casa más tarde de lo habitual..."

2 comentarios:

Leona dijo...

Se lamenta una perdida de esta categoria.
Realmente manitou =(

Lord Edramagor dijo...

Sip. Yo me quedaré con el Ensayo de la ceguera y esas cosas.
En fin.
:)
Abrazo!