lunes, agosto 16

Este es mi sitio... Iberia Sumergida

He vuelto.
Imagino que esta última semana ha sido algo y mucho. Imagino que vuelvo los pasos y veo la carretera partida en dos por los faros de los vehículos invasores, imagino las curvas elevándose para remontar la lluvia, la noche perdiendo su oscuridad para dejarse llevar por el brillo de un nuevo día y ese amanecer sorprendiendo a la impávida ciudad más grande del mundo.
Imagino que alguien podría estarme esperando y son esos 20 millones de personas que no me conocen, imagino que el gran parásito de acero que nos transporta va excavando al tiempo que navega entre supercuerdas, imagino que esos rostros no creen en mi falsa somnolencia y que la expecativa, junto al nerviosismo, se muerden las uñas para evadir al hambre.
Imagino -porque imaginar es el paso previo al recuerdo y la añoranza es la vida por segunda y enésima vez- el gran castillo cual gigantesca caja de zapatos y nosotros, como hormigas sin propósito, siguiendo las huellas de los que llegaron antes.
Imaginar y ver las madrigueras resueltas a recibirnos, sonreír por las carencias y hacerlas a un lado, no sin echar en falta las comodidades pospuestas con tal de hacerle espacio a las nuevas experiencias.
Imaginar y vivir de lo nuevo que siempre ha estado, rememorar el saludo que se da entre el cansancio y la sorpresa, hallarse con los perfectos desconocidos que hemos seguido desde siempre y que, por lo tanto, pueden llegar a sernos tan cercanos. Una sonrisa sin valor y sin medida mientras las telarañas de vidrio nos susurran seductoras y radiantes.
Imagino que el día se congela mientras comemos flores de loto y silicón o navegamos presas del vértigo entre las miradas inquietantes de revelación.
Imaginar que la noche se ha congelado en los espacios confinados al tabaco o cansarse hasta pedir que el insomnio no termine, comer a las deshoras por el gusto del olvido creciente en el encierro voluntario, escuchar y ser escuchado, dormir, pensar, romper en carcajadas.
Imaginar que es el viaje y que una noche frente a los ojos cibernéticos de los que se han quedado fuera es el pretexto para la plática que el café no pudo darnos, hasta hacer promesas y revelaciones que en otro espacio no habrían tenido lugar.
Imaginar y visitar con ello a los amigos lejanos, dejarse llevar por las calles peligrosas y sin sitio a salvo -que no sea el de los secretos- para ganarle el juego a los sentidos alterados por alcoholes que gritan con luz propia, casi hasta el amanecer y descansar sólo cuando el día ha revivido mientras los vagones rompen con su rugido de león anémico.
Imaginar y empezar a despedirse, correr, imaginar que ese hombre parado bajo el reloj de Balderas con una rosa en la mano también imagina mientras en mis ojos alguien descubre, no sin desconcierto, la sed y la tormenta.
Dejar atrás, con la casa encima siempre, la experiencia, imaginar y decir hasta la próxima, imaginar y dar noticias fugaces para compromisos venideros, imaginar y cansarse en el camino de vuelta, imaginar, imaginar, comprar el boleto de ida para la espera. Imaginar en el sitio equivocadamente adecuado.

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