miércoles, diciembre 20

Carpe Diem (Siete cuentos navideños)


III.

No le había hecho caso a Lady Moon. Siempre he sido bastante indeciso. Lo confieso. No es que la maña se me haya quitado, simplemente que dije, porqué esperar a mañana.
Fui con ella, era mi regalo, aunque yo dijera lo contrario, no hay contrario. Era mi regalo, así lo veía yo. Mi válvula de escape para tanto tiempo vegetando. Digo que cuando entro en ese estado de aburrimiento fatal me convierto en anémona, ¿ya te había dicho cómo me gusta la palabra anémona?
Hay muchas palabras que me gustan, entre ellas está anémona, también trashumante, pero la uso menos, talvez por que me es más fácil entrar en estado de anémona. Pero ya estoy divagando.
¿Que quién es Lady Moon? No es nadie y a la vez es alguien. Pero como no pienso perder el tiempo en filosofías, te digo que es una mujer que conocí hace tiempo, casi años, pero como que las medidas no se me dan y menos cuando se refieren al tiempo. Es parte de mi deficiente memoria.
Bueno, ella es diferente, por que de existir pues no existe, es como un personaje pero a la que puedo visitar de vez en cuando y darle un abrazo nomás por que sí. Podría ser un muñeco de peluche o un programa de televisión, pero los muñecos se empolvan y los programas tienen horarios definidos, con Lady Moon no es así, nunca deja de estar presentable, el glamour en ella es una cosa permanente, como si estuviera preparada para una gran presentación a todo momento.
En fin, como no te podría explicar lo que en realidad pasó, me atrevo a trazar los sucesos como si se trataran de una historia.
Con esto de las fiestas, las posadas, la preparación de la cena, nadie me hacía caso, todos estaban muy ocupados. Yo, como buen hombre sin dinero, no tenía necesidad de estar dando vueltas en las prisas de comprar regalos. Lo único que tenía era la alcancía de un año de ahorros y había que encontrarle un uso a ese dinero.
Divagué unos días antes de ver la solución más obvia al problema de gastar ese dinero. El problema con el dinero para quienes tienen, es el pensar en cómo gastarlo. Yo me dije que no tenía porqué pensarle tanto, así que en una de tantas, se me ocurrió: Lady Moon. Tan simple como eso.
Me arreglé para ella. Incluso busqué en la cesta ropa interior “presentable”, por aquello de las dudas, y exprimí el último frasco que guardaba algunas gotas de perfume. Nunca estaba de más.
Todavía dudaba un poco en el camino, pero me acordé de aquella frase que me dijiste una vez: Carpe Diem. La verdad, me costó algún tiempo comprenderla. Al menos, hasta ese día.
Si, dije, carpe diem, que es navidá. Y ahí estaba ella.
Cómo decir cualquier cosa entonces. Sólo le extendí la mano con los billetes arrugados y las monedas acumuladas. Y la hermosa Lady Moon viéndome con esa sonrisa que todavía sueño a veces y dándome ese abrazo que no me termino todavía.
¿Dices que carpe diem es como “aduéñate del día”? Pues yo lo hice. Me apoderé de la navidá, me apoderé en ella cuando entré a su casa donde la mesa estaba lista con los cubiertos dispuestos. Cena para dos. Como si me estuviera esperando.

Carpe diem. Y era ella, me apoderé con aquellas pocas monedas del auto que había querido comprar, del nombre de aquella chica a quien nunca conocí, de aquel trabajo que me negaron.
Carpe diem y mientras nos besábamos bajo el muérdago sonaban las campanas del trineo de Santa Clos, tlin tlin tlín, y había villancicos en el aire y si uno se asomaba por la ventana, caía la nevada de la Nochebuena, tlin tlin tlín, carpe diem, como si no hubiera mañana, que no hay, tlin tlin tlín, carpe diem, chingao, y yo creyéndome la navidá, aunque no hubiera regalos ni pavo –porque cenamos una carne suave y sin huesos y de postre un conservado de duraznos que tanto me gusta-, tlin tlín, y Lady Moon con su risa contagiosa, de niña que sabe más que uno mismo, Carpe diem que hoy es Nochebuena y mañana navidá.

FOTO: Osiris Aquino.

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