martes, enero 2

VIII. Fiesta de Despedida (Cuento de Año Nuevo)


“Yo no olvido al año viejo,
Por que me ha dejado cosas muy buenas”.
El Año Viejo



La navidad es sólo un instante y el año nuevo dura sólo el tiempo necesario para olvidar los propósitos que uno se impone. Así lo he visto siempre. Durante todo diciembre hay arreglos de la temporada y claro, ventas de la temporada. La navidad es un boom de abrazos y felicitaciones, acompañado de compras de pánico y gasto excesivo. Es la mejor época para la mercadotecnia. Todo se puede vender.
Para mí el año se termina desde octubre. Todo empieza a acabarse en octubre.
Me pregunto si es normal mi melancolía decembrina. Talvez sí. O no.
Lo bueno de la cena de año nuevo es que nadie se molesta si decides pasarla lejos de la familia. Por eso me encamino al bulevar. A buscar. A buscarte. A ver si en una de esas me encuentras.
Recuerdo los fines de año del 99 y el 2000. Todos esperando que se acabara el mundo. Todos menos yo, de eso sí estoy seguro. El mundo se acabó desde hace rato, estamos deambulando entre lo que quedaba de él. Al menos ya son pocos los que esperan un cataclismo que arrase con la humanidad. Eso es mejor, cuando llegue, nos agarrará desprevenidos.
Hago un par de cálculos mentales mientras me dirijo al bulevar. Después de todo no nos fue tan mal. Baje esos kilos de más sin habérmelo propuesto. Hice ese par de cosas buenas y esa docena de cosas malas de las que tanto tenía ganas. Al final y pese a todo, el balance es a favor.
En un año pasan muchas cosas y uno en este día, trata de recordar las importantes. Pero lo vital de la vida son las insignificancias. Los aleteos de mariposa que provocan las tormentas donde menos se les espera. Dime si no.
A lo largo del bulevar han adornado con luces multicolores. La vista parece bella. Cortinas y cascadas de luces pendiendo de lado a lado de la vía, sujetas a los postes del alumbrado público, del teléfono, de los semáforos. Una contaminación lumínica que inflama el ánimo en el último día del año. Me distraigo un poco viéndolas, hay poca gente en la calle, la mayoría debe estar poniendo la mesa para una cena: pavo si hay suerte, pollo si no la hay. Habrá quienes no cenen esta noche por que no quieren o no pueden. Pero para qué pensar en la miseria humana en esta noche. Lo importante es celebrar.
Llego a la casa luego de desviarme del bulevar por cinco minutos. Fue una buena idea. Sacó el antifaz de la guantera y el pase para el baile de máscaras. Empezaremos el año cubriéndonos el rostro, que es lo que pasamos haciendo el resto de los 364 días. Así que por un lado no hay hipocresía en ello. Un tanto de cinismo talvez.
La casa de Arboledas es grande, aunque no destaca entre el resto. Hay cascadas de luz colgando de las paredes, muy ad hoc con la época. Sonrío bajo mi antifaz que me cubre desde el labio superior hasta la frente.
El resto de los asistentes se ha tomado en serio también la invitación y algunos incluso más. Junto con el antifaz han escogido vestuarios para representarse a sí mismos. El último día del año sirve para expresar anhelos. Buenos deseos. Propósitos. Allá va Batman acompañado de un Robin. Allá Humpty Dumpty. Un hada mágica se pasea girando su varita con cachondería. Me hubiera gustado al menos conseguir un smoking. Parezco un bicho raro entre toda esta fauna.
Lo importante de la vida son esos aleteos de mariposa que provocan tormentas: comprar un libro en oferta, comer fuera una vez a la semana, dormir hasta tarde los domingos, no hacer nada.
En una larga mesa hay copas repletas de uvas sin semilla. Doce en cada una. Son para el último momento y ya faltan sólo unos minutos.
Esta fiesta de disfraces y de máscaras me parece una bella representación de todo lo que he visto afuera.
Un caballero con yelmo de plástico y El Zorro se me acercan y me saludan. Es claro que no me conocen, pero en este momento da igual.
Alguien llama para iniciar el brindis. Es el anfitrión, un mago de smoking y discreto antifaz negro. Es alto y educado. En un mundo de máscaras, su sencillez lo delata como quien toma las decisiones.
Emite un discurso a media voz que a veces es difícil escuchar por una fuente que está a su espalda.
Sostengo mi copa y veo las uvas. Doce. Habría sido bueno hacer una lista de propósitos, pero no me lamento de haberlo olvidado.
- ¿Y qué celebramos? – me dice una princesa de antifaz dorado, que se ha inclinado hacia mí para poder susurrar la pregunta.
Escucho por unos instantes al orador. Es curioso. Ahora sus palabras suenan claras. En el cielo empiezan a estallar castillos y cohetes para recibir al nuevo año, justo cuando el mago termina de hablar. Los invitados empiezan a abrazarse y felicitarse por el acontecimiento recién anunciado. Volteo entonces hacia la princesa de antifaz dorado, que ya tiene una uva a medio morder en los labios y me acerco para abrazarla y responder al oído su pregunta:
- El fin del mundo, señorita, el fin del mundo.

Foto: Antifaz Rojo. Autor: Desde la Ruta. Blog. (http://gbvalle.blogspot.com/2006_06_01_gbvalle_archive.html)

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