jueves, enero 4

Sueño Con Serpientes.


Sueño con serpientes, con serpientes de mar,

con cierto mar, ay, de serpientes sueño yo.
Largas, transparentes, y en sus barrigas llevan
lo que puedan arrebatarle al amor.
Oh, la mato y aparece una mayor.
Oh, con mucho más infierno en digestión.

(Sueño con Serpientes. Silvio Rodríguez. 1975).

Ya no son más sueños. Son pesadillas. No hay monstruos ni vampiros. Solo gente común y corriente. Es aterrorizante. Se vuelve imposible escapar de ahí.
Aparezco en una calle de mi colonia conduciendo mi auto. Esta vez los frenos responden perfectamente pero mis ojos se cierran de sueño. Tengo sueño dentro del sueño. Se me vuelve imposible conducir sin sentirme inseguro. Como si a cada vuelta de esquina pudiera estrellarme de nuevo contra otro auto, contra otro ser humano.
Así que me estaciono y una combi de transporte colectivo se detiene ante la señal de mi brazo extendido.
Al subir al transporte mis ojos arden. Es imposible mantenerlos abiertos, o cerrados. Y no hay punto intermedio. Es un escozor desesperante. Pero pienso en que ya estoy cerca de casa así que dejo de preocuparme.
Pido bajar y me acerco a la casa los últimos metros a pie. Veo por la ventana y la casa es como si no fuera mía. Allá están mi hermano y mi madre viendo la televisión y de pronto observan hacia fuera, donde yo estoy, y me ven como si fuera un ser extraño, venido de ninguna parte.
El día –o la noche- es gris como en todos los sueños así que no es posible saber qué hora es. Entro y trato de recostarme. Recuerdo el auto y pido a mi madre y hermano me acompañen a buscarlo.
- ¿Dónde lo dejaste? -
Pero no logro recordar. No sé donde está. En alguna calle cerca, creo.
Salimos y caminamos por las empinadas calles, ahora más tortuosas que nunca. Llegamos a un punto y la colonia parece haberse elevado cientos de metros de su altitud original. El horizonte está abajo y podemos ver desde lo que parece un taller, el resto de la ciudad y sus luces encendidas. Ahora comprendo. Es de noche y por eso tengo tanto sueño. Quisiera llorar.
En el taller pregunto si alguien ha visto mi auto. Me preocupa mi auto. Nadie sabe nada. Hay una familia de turistas y me acerco al que parece el padre. Le explico lo de mi auto. Lo he tenido que dejar por que el sueño me vencía y ahora no lo encuentro.
Me dice que tampoco lo ha visto.
Ahora todos a mi alrededor tienen vasos desechables de plástico en las manos. Esos vasos transparentes en que te sirven la horchata en las fiestas de cumpleaños. Un niño se acerca a mí con un balde repleto de esos vasos transparentes pero no están completos, les han cortado desde la boca hasta la base, y ahora son como hélices hechas de vasos de plástico.
El niño me dice el nombre del juguete pero no logro repetirlo.
- Lánzalo, aviéntalo al viento – es la orden refiriéndose al vaso cortado que he tomado yo. El niño lanza el contenido de su cubeta al viento y yo lanzo el mío junto con los demás. Todos lanzan sus vasos y el cielo se convierte en un espectáculo de palomas de plástico, de vasos como helicópteros.
Algunos regresan a mi cara y me golpean y vuelvo a sentir miedo. Quiero salir de ahí.

(PARENTESIS:

No quepo en su boca, me trata de tragar
pero se atora con un trébol de mi sien.
Creo que está loca; le doy de masticar
una paloma y la enveneno de mi bien.
Ésta al fin me engulle, y mientras por su esófago
paseo, voy pensando en qué vendrá.
Pero se destruye cuando llego a su estómago
y planteo con un verso una verdad.
Oh, la mato y aparece una mayor.
Oh, con mucho más infierno en digestión.

FIN DE PARÉNTESIS)

Vamos de nuevo por una calle de la colonia y empiezo a buscar mi auto en el suelo, temiendo lo peor. De pronto veo restos de metal blanco y tras analizarlo un poco veo que es mi auto, como si hubiera sido aplastado por un pie gigante. Lloro un poco por mi auto y mis ojos me arden de nuevo. Me arden mucho.
Entonces comprendo lo que está pasando. Estoy soñando. Esto tiene que ser un sueño. No hay manera de que los vasos cortados tengan un nombre complicado, que sean un juguete que vuele al viento desde lo alto de mi colonia.
Cierro los ojos con fuerza. La tarea me exige una concentración que jamás había sido necesaria.
Entonces abro los ojos y veo las cortinas de mi ventana ondeando al viento como banderas azules de un país que es solo mío. Y el perchero donde colgué la chamarra y los pantalones y la camisa a rayas, a cuadros, lisa.
Mis ojos aún arden. Sigo soñando. He soñado que despierto de mi pesadilla y el despertar resulta peor, pues es el sueño de la realidad, repetida, repetida y auténtica, igual.
Cierro los ojos desde mi cama soñada y al cerrarlos estoy de nuevo en la calle. Abro los ojos desde la calle y al abrirlos estoy viendo de nuevo las banderas azules de mi cortina.
Cerrar y abrir los ojos es sólo seguirlos abriendo en sueños diferentes que son siempre el mismo. Como un interruptor de luz incapaz de apagar cualquier cosa. Encendiendo siempre el mismo cerebro confundido por un mal sueño.
Sólo hay una cosa que pueda hacer. Me impulso con fuerza hacia delante y estoy sentado en medio de la cama. Las cortinas azules siguen ondeando pero ahora veo la cascada de luces navideñas que sigue ahí después de una semana. Me siento tranquilo pero ahora temo dormir. Si duermo puede que despierte a un sueño. Puede que deje de saber cuando he dejado de dormir.

Imagen: Nightmare. Paul Bielaczyc.

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