viernes, junio 22

Desmejorado

Sabes bien cuándo te vas a enfermar. A veces, sometes al cuerpo a un esfuerzo extra y le pides que aguante, que se espere, que falta poco. Lo pones en sobremarcha, para un esfuerzo extra con tal de que aguante el tramo del camino que decides que tienes que cruzar antes de poder caer rendido.
En fin, sabes cuándo vas a enfermarte y finalmente, ineludiblemente, te enfermas. Y si antes todo estaba un poco jodido, a esa hora se ve completamente jodido, y te sale el sentimiento más natural del mundo, la repulsión: quieres que a todo, que a todos se los lleve el carajo, juntos de una vez. Ni siquiera esperas que se mueran, sería demasiado (aún enfermo, enfebrecido, te quedan escrúpulos, un poquito nada más), así que deseas que todos se sientan igual, jodidos, apaleados, que hasta el aire les lastime.
Que los ojos caigan, que los brazos no respondan, que la conciencia muerda, en fin, que se enfermen todos de una vez; pero el virus te tocó a ti, a ti la infección y la fiebre, a ti el dolor (al final, diminuto, pero enormemente molesto… por que el dolor al fin, no es nada, lo que cala es su permanencia a través de las horas; como una gota de agua cayendo al mismo ritmo en la mollera, hasta que la cabeza es atravesada por el aguijón acuoso de la locura).Después de todo, lo único y lo único que ha pasado, es que estás de mal humor; no quieres nada; en realidad no quieres nada; más que caer rendido sobre la cama y empezar a vivir las alucinaciones de la fiebre. Las benditas realidades alternas de la enfermedad.

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