Quizá sea la gripa o quizá no.

Pero quiero viajar. Vender la cama y cancelar el cable para no tener pretexto alguno que me retenga al cuarto.

Tomarte de un brazo y arrastrarte al auto. Llevarte conmigo para al fin y al cabo, no tener nada ni nadie por lo cual volver.
Quiero viajar, casi como siempre en esta época del año, casi como siempre cuando no tenemos un peso partido por la mitad. Un poco de huída y de aventura.
Viajar sin rumbo sería un genial experimento, mundo laboratorio y nosotros la sopa de cultivo. Vámonos, vámonos de una vez. Tan fácil que sería, ¿no es cierto?
Pero a final de cuentas sigo atado. Envuelto en una burbuja de comodidad de la que -diantre!- no me sé escapar.
No te pido un alfiler ni una espina, sólo rómpela, ¿qué más da?
Quiero viajar, cargar con una cámara fotográfica para irme llevando trozos de cada sitio por donde pase.
Nos tomaríamos fotos frente a arcos y monumentos, junto a las fuentes, como turistas normales en busca de un recuerdo.
La única diferencia es que no volveríamos. ¿Para qué? ¿A qué?
Tengo ganas de viajar, como siempre en esta época del año en la que todo mundo hace algo menos yo, que me quedo acostado, enfermo en mi cama una vez más, con un rollo de papel higiénico a lado, con los ojos llorosos. Con una pinta patética que, debo ser honesto, me hace alegrarme de no tener espejos en casa.
Ganas de viajar, eso sólo, aunque quizá sea sólo por la fiebre, por la gripe, o quizá no.