lunes, junio 2

Calígula Redivido.

Con el seño fruncido, agitó la cabeza negativamente. Varias manos se apresuraron a retirar las ropas, ajustar las medidas y colocar una nueva muda sobre el cuerpo. La expresión no cambió pero el movimiento de cabeza fue ahora afirmativo. Los testigos reprimieron un suspiro de alivio y se retiraron sin dar la espalda. Era parte del ritual, bajar la mirada y adivinar por instinto de supervivencia la posición de las puertas de salida.
Al bajar del pedestal dispuesto para los efectos del vestido, el joven alivió la expresión y miró hacia el cuarto solitario. El reloj de pulsera marcaba pocos minutos antes de la hora prevista. Su fino oído le permitió percibir los pasos que se acercaban y la sucesión de los elementos necesarios para los placeres de aquella tarde.
Complacido con la puntualidad de la servidumbre, se encaminó hacia el amplio sillón del fondo para sentarse cuidadosamente, evitando que la ropa recién puesta se arrugara. Las puertas se abrieron y varios sujetos entraron sin decir palabra e iniciaron su tarea.
Faltaban pocos segundos en el reloj de pulsera. El brillo dorado no desentonaba sobre la piel aceitunada. Aquel accesorio había sido mandado a hacer específicamente para aquella muñeca y las manos que lo confeccionaron habían sido cercenadas después de que el nuevo dueño aprobara el trabajo. El joyero contratado jamás volvería a realizar una pieza de aquella magnificencia. Eso lo sabía muy bien él, quien ahora esperaba al compás de las agujas del reloj.
La última vuelta del segundero acompañó la llegada de tres personas. Dos eunucos entraron sujetando de los brazos a una hermosa joven. La nueva víctima vio con ojos aterrorizados la imagen del dictador.
El galante sádico sonrió con displicencia. Los otros trabajadores habían terminado de colocar el intrumento de tortura y armado el panel de armas. La mujer fue despojada de las ropas por debajo de la cintura y colocada en posición sobre el aparato.
Los hombres que habían terminado su trabajo se retiraron sin dar la espalda al dictador, mientras que los eunucos permanecieron haciendo guardia fuera de la habitación.
La doncella lloraba, estaba sujeta de las muñeas con ataduras y sólo poseía la mitad de sus ropas. Cuando la tortura inició, el llanto se convirtió en gritos desesperados. El primer látigo, con los extremos coronados por esquierlas afiladas, despedazaron la carne de la espalda destrozando los restos de ropa mientras el dictador la sodomizaba. El espectáculo provocaba un resplandor en los verdes ojos del victimario. La sonrisa brillaba con cada gota de saliva despedida desde la lengua.
Antes de desmayar a causa del dolor y la humillación, un nuevo golpe, un nuevo corte, volvía a la vida a la víctima. Una estocada exacta permitía mantener con vida el cuerpo que había empezadoa perder su vida y se convertía en una masa sanguinolenta.
El dictador tomó la navaja para deshollar y cortó las ataduras con presteza. Volteó el cuerpo de la muchacha cuyos ojos se desorbitaban de dolor y arremetió cuerpo contra cuerpo una vez más. El arma afilada resbaló de sus manos por la mesa de tortura. El hombre se separó de ella y la tomó de los cabellos. Acercó su cabeza a los muslos. La obligó a acercarse, extasiado de su dolor, recordando a las mujeres que día tras día eran llevadas a su habitación, que durante los últimos once meses habían sido torturadas y asesinadas por sus propias manos; recordó las voces de protesta acalladas por su ejército, las miradas oprimidas por el hambre y el terror. Todo aquello provocándole un gran placer, un éxtasis que parecía infinito, un regocijo que fue cortado de pronto, limpiamente, por la estocada de un cuchillo de deshollar clavado con determinación entre sus piernas, con un filo que subía hacia su vientre sin detenerse, empujado con las últimas fuerzas de una muchacha desesperada.

2 comentarios:

Calixta dijo...

Orale!! que sádico... mmmmmm
Habrá que exprimir el momento de la inspiración, para leer de nuevo... sin comentarios, sólo el placer de seguir sus líneas.
XOXO

Lord Edramagor dijo...

En todos hay un poco de dulzura y de coraje, de determinación y de incertidumbre, de pasión e indiferencia. En todos hay también algo de sádico, un algo que nos mueve a conseguir los objetivos más insanos, siempre en algún momento de nuestra vida; un algo que nos impulsa a causar cierta clase de dolor.
Saludos!!!!