domingo, enero 6

El viento norte como el sonido de una ala que se fractura

Tengo frío.
Me lo dicen mis huesos que aúllan,
cada órgano avejentado que tiembla como una risa.
Aquí, mientras intento no darme cuenta de la noche,
en estas coordenadas que había borrado de las cartografías cotidianas,
hace un frío que no recordaba y que me recuerda:
nacimos vivos, lloramos, abrimos la boca al primer suspiro,
puestos de cabeza al mundo,
pataleamos, vomitamos, se nos estiraron las pieles
para albergar tantos sueños
como pudiéramos atrapar con las redes para mariposas.
Tengo frío
pero al clima le importa poco si con esto
se nos refresca la memoria y volvemos a ver
las tazas de café y los panes compartidos,
los edredones que no se compraron
y las luces que se debieron apagar.
El viento norte igual viene y sopla
como el sonido de una ala que se fractura,
casi un beso que no deja de volar.
Tiritando, casi obscuro como un villano
–da igual, que ya están tirados por las avenidas
los argumentos que me han puesto el disfraz entero–,
me entrego a lo único que halla seguro asidero en mis costados:
el frío.


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