"Ahora lo sé. Estoy deprimido. Y no he salido como me lo propuse. Todavía no".
Pensamiento previo a la masacre.
En cuanto todo se definió ante mis ojos, como un cristal limpio, empecé con la tarea. Me quedé en casa juntando pedazos de metal viejo y oxidado. He seleccionado las mejores partes. Recuerdo cuando añoraba esa katana y el viejo me la negó. También recuerdo esas bellas navajas que no pude poseer.
Ahora todo es distinto. En las ruinas de este caserón del siglo pasado, donde he aguardado tanto tiempo esperando a que el cielo se abra, lo único que ha llegado es esa dulce epifanía. Ahora mismo te la he de contar:
Dispuestas como están las ruinas de la residencia en una colina, la mirada alcanza sin obstáculos el horizonte. El primer día creí que era una especie de alucinación mía, pero fue al siguiente cuando confirmé mis sospechas. Sin embargo, sólo en el tercero la revelación llegó. Era gente. Hombres y mujeres caminando con sus roídas ropas huyendo de la devastación nuclear. Vienen caminando en dirección mía con los rostros cubiertos de hollín y la mirada hacia la tierra, quizá los pensamientos se les hayan secado dentro del cerebro o sean una manada completa de vivos sin conciencia.
Son como un botín. Un festín. Hacía mucho que no veía a tantos juntos. Son como un ejército de muertos vivientes cuya carne está aún fresca. Cuando me percaté de ello medité un instante en correr, pero he aquí que tuve aquel momento de iluminación.
El metal está en la tierra y me he puesto a inspeccionarlo. Tomo lo mejor que encuentro. Hay un perfecto tubo de titanio con una punta perfecta, al parecer, el resto de un artefacto volador. También una bella hoja de metal terminada en punta, con sus noventa centímetros de longitud, sólo tuve que acondicionarla para poderla sujetar adecuadamente.
Todo justo a tiempo. El primer grupo se acercaba, caminando sin percatarse de la lluvia pertinaz que había empezado a caer ni del sol que se terminaba de ocultar. Tampoco se percataban de mi risa, de mis ojos ansiosos, de mi felicidad nacida en ese instante y que se desbordó al caer la hoja de mi espada hechiza en el cuello del primero.
En mis ojos escocían las lágrimas cuando el tubo que empuñaba en mi siniestra quebró la espalda de una niña cuya piel ya era gris. No escurrió sangre ni emitió grito. Ninguno gritaba. Sólo ese estertor que se interrumpía y desaparecía para siempre.
Uno a uno, seguí golpeando, desmembrando, quebrantando; estaba feliz, pletórico, aterrado al mismo tiempo por el paroxismo de sentimientos y asombrado, como si hubiera llegado a mi nirvana personal, cuando contemplé aquel camino del que la masa de sanguinolientas formas provenía, interminable, rumbo a mis manos.
4 comentarios:
Debió ser un espectrante encuentro, además el entorno era perfecto... casi puedo definir mi sueño.
Por cierto que me has recordado a mi buen Conde de Lautreamont, su cumpleaños es el 4 de abril... :P
Saludos
Estimado Antony, caminé, con gusto, entre las calles de su texto con mi màscara de Jason y escuhando Another Turn de los Hellacopters. Cuando lea esto es posible que esté en Monterrey jugando en la delantera de ese equipo con el Chupetes Sauzo, o escribiendo un poema que se llamará "El día que matamos a Celine Dion"
Un abrazo
Caligatum. Habrá que celebrar de alguna forma al ilustre Conde.
Pulidín, un favor enorme: que lo último no se quede sólo en una rola. Es un ruego personal.
Saludos!
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