Se dio cuenta de ello tan pronto concluyó el trabajo que le había tomado varios días y sus noches. Dejó caer suavemente las manos sobre los muslos y adoptó una expresión dubitativa. Era como si contemplara la última creación. Y así sería, no habría otra.
No es que lo supiera en ese instante preciso. En realidad, fue tras unos cuantos minutos cuando, sonriendo, se preguntó qué vendría después. Siempre hacía ese rito. Empezar, avanzar como loco hasta terminar la obra y, después, observar lo creado para preguntarse ¿qué es lo siguiente? Alguna idea, una ave en vuelo lejano o una rapaz veloz atravezaba su mente y le dibujaba un rápido boceto de lo que vendría, en efecto, con un poco de trabajo en el futuro. Pero esa vez no vino ninguna idea. Ni la mitad de una. Ni la semilla de una. Era simplemente la nada.
Incluso la pregunta que se había hecho desapareció de su mente luego de darse cuenta de que ninguna idea anidaba en su memoria. La pregunta desapareció como si nunca hubiera estado ahí.
Luego vio los papeles acumulados sobre la mesa y, contrario a la costumbre, no los juntó para releerlos lentamente en algún lugar de la casa. Simplemente los vio como un objeto extraño y su semblante cambió de meditabundo a extrañado. Su cabeza intentaba preguntarse qué eran aquellos papeles pero el cerebro no lograba conectar las palabras para formular aquella cuestión.
Tuvo deseos de levantarse y lo hizo, más automática que conscientemente y caminó hasta la ventana. Afuera lloviznaba y se hubiera preguntado cuánto tiempo llevaba cayendo el agua, pero las palabras no aparecieron en su mente, ni se le dibujo un pensamiento que pudiera referir la melancolía que esa lluvia causaba en su pecho.
Una ligera punzada le atacó el estómago. Era hambre, pero no la reconocía. Sólo tocó con la yema de los dedos el abdomen por encima de la ropa sin entender realmente qué pasaba con su cuerpo. Fue entonces consciente de sus dedos, de sus manos, de sus brazos, de su pecho, de toda aquella masa de músculos y huesos en que se sostenía.
Era una persona, no lo entendía pero un pequeño resplandor de pensamiento se lo avisaba. Sin embargo, su nombre no surgía entre los pliegues del recuerdo. Se habría cuestionado sobre su identidad, pero aquello carecía de importancia porque ningún recuerdo acompañaría al nombre.
Caminó por la sala, atravesó la estancia, vio la puerta. Sus ojos se posaron sobre el picaporte. El cuerpo le temblaba ligeramente y la mano se extendió hacia la perilla como si el músculo supiera qué hacer, pero con los ojos solo podía seguir el movimiento automático de cada parte de su cuerpo en acciones que él no mandaba porque ni siquiera sabía que podía tener control sobre la materia en la que se encontraba contenido.
El frío del viento, la cosquilla de la lluvia alcanzaron su rostro. Sus pies, calzados por unas pantuflas delgadas, avanzaron entre la tierra lodoza. Tan solo después de unos metros, el calzado había quedado atascado y él se alejaba con los ojos abiertos, sin mirar hacia ningún lado porque desconocía que podía mover la cabeza para orientarse, era ajeno al hecho de que sus párpados podían accionarse para limpiar el agua que caía sobre ellos.
Y hubiera respirado, de haberse guardado en algún punto de su mente el recuerdo de hacerlo.
EL JOVEN ULLOA
Hace 12 minutos.
0 comentarios:
Publicar un comentario