viernes, junio 12

Insensible.

Despertó sobresaltado, seguro de que algo había pasado antes de que el velo de la inconsciencia cayera sobre sus ojos y le borrara las ideas del pensamiento. Su torso se irguió con rapidez y un fuerte mareo le martilló justo en la frente, donde anidaban las primeras trazas de la lucidez.

Parecía que había estado postrado en un lecho, pero la superficie sobre la que se encontraba era dura. No obstante, había un desnivel y si lo hubiera percibido adecuadamente con sus pies, no habría caído a la tierra amarga y su rostro no se hubiera estrellado en el suelo.
Saboreó el polvo y la sangre que empezaba a emanar del interior de su boca. Salado y amargo a un tiempo; sus ojos percibían formas a través de la oscuridad del lugar.
-¿Dónde estoy?
En su cabeza, apenas despierta, cayó como una rondana metálica en un enorme cuarto vacío el pensamiento tintineante de que esa pregunta, en situaciones como en la que se encontraba, siempre buscaba a un interlocutor que nunca se encontraba. Era la autodelatación de la esperanza.
Justo como lo esperaba, nadie respondió.
Intentó incorporarse, su cuerpo estaba boca abajo y le extrañó que, pese a sus esfuerzos, no pudiera moverse. Algo faltaba. Sus brazos. ¿Dónde estaban? Intentó manotear, empujar, golpear, sacudir. Nada. Solo su torso se movía inútilmente en medio del polvo y en la boca la sangre se abultaba empezando a formar coágulos que escupía de tanto en tanto.
Rodó hacia un lado con fuerza y cuando logró apuntar la cara al techo del lugar, algo cayó con torpeza en su pecho.
"¿Qué es? ¡Un animal!", el pensamiento pasó como relámpago por su mente al sentir aquella cosa viscoza que pesaba sobre su pecho, abdomen, que caía como rodando hacia un lado. Respiró, pensando que aquello, lo que fuera, se había ido.
Flexionó el cuerpo hasta que logró sentarse y, ahí estaban, inmóviles, completamente insensibles, brazos y piernas.
-¿Por qué no se mueven?
Ordenó a cada miembro hacer movimientos. A los brazos flexionarse, a las piernas encogerse, a la mano fruncirse en un puño, y sin embargo, nada pasó. Agitó el cuerpo y vio aquellos tentáculos a sus costados agitarse sin oponer mayor resistencia que su propio peso.
-¿Por qué? ¿Por qué? -empezó a gritar, una y otra vez, hasta que creyó escuchar el eco de su propia voz. Cayó en la cuenta en que seguía sin saber dónde se encontraba.
Quizá sus brazos se hubieran adormecido, tampoco podía saber cuánto tiempo se mantuvo inconsciente así que era probable que las extremidades sólo estuvieran atrofiadas de forma temporal.
Se concentró en su brazo derecho, lo vio con detenimiento. Parecía ajeno a su cuerpo. Envió la orden desde su cerebro. "Muévete, muévete". Pensó en estrujar una hoja de papel entre sus dedos y casí creyó que las falanges empezaban a moverse. Al poco, desistió.
Debía probar con las piernas. Las vio fijamente, intentando ordenarles una ligera flexión. Estuvo así por varios minutos, demasiados tal vez, hasta que, desesperado, agitó el cuerpo y gritó cayendo sobre sus espaldas, dando giros, convulsionando en la tierra presa de la furia, olvidando la hemorragia en la boca, despreciando su ser inútil y atrofiado, hasta darse cuenta de que con aquellos movimientos avanzaba a través de la oscuridad.
Aquello lo obligó a tranquilizarse. Quizá esa fuera la manera para encontrar la salida.
Agitó el cuerpo como un gusano, apoyaba la barbilla en la tierra a forma de palanca y encogía el cuerpo hasta formar un arco. A veces, las piernas dormidas lo obligaban a caer sobre un costado pero no desesperaba. Seguía adelante. Se movía tentando con el cuerpo el territorio al que se adentraba. Le pareció percibir una elevación, un pequeño requicio de luz y, al final, una serie de líneas verticales.
Conforme se acercaba, empezó también a notar algo diferente en su cuerpo. Como si fuera más flexible, prácticamente se había acostumbrado a aquel movimiento al principio torpe.
Ahora, en lugar de apoyar el rostro contra el suelo, movía siseante la columna y ganaba velocidad en lugar de avances torpes y lentos. Casi con un movimiento natural vio lo que su mente aletargada y entregada al éxtasis del movimiento reptante definiría como los barrotes de una celda.
Del otro lado el espacio iluminado. La meta anhelada.
Cuando la cabeza alcanzó la luz, los ojos de pupilas alargadas parpadearon con rapidez y alegría. Hubiera gritado, pero la lengua bífida prefirió oler el aire antes que expresar felicidad. Y el cuerpo antes humano, serpenteó hacia el mundo desconocido que se le ofrecía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si, es que llegó al cielo con Diosito y los ángeles.
:P

Saludos.

Lord Edramagor dijo...

Plopp xDDD
Un abrazo!