viernes, diciembre 28

Veamos una película de horror

Veamos una película de horror,
sentémonos juntos en el fondo de una sala
del cine más cercano a ninguna parte
para que nos salten los ojos de miedo
y nos entreguemos al miedo único.
Dejémonos espantar
por fantasmas y apariciones,
por el fin del mundo
y sus estalactitas en esa caverna
llamada espanto.
O nos encerremos en un cuarto a oscuras
con una linterna de baterías como única arma,
mientras este mundo se reincida
como una computadora vieja.
O mejor aún,
vivamos esta vida hasta dejarla en los huesos,
hasta sacarle la sangre toda,
hasta dejarla con los ojos abiertos.
O lo destruyamos todo,
cacemos fantasmas,
tomemos por el cuello a los vampiros,
desenfundemos esos revólveres viejos
y disparemos, disparemos, disparemos,
a ambos lados del fuego cruzado
–quizá con suerte, demos en el blanco
y logremos una baja a favor de la justicia–.
O pongamos minas en los campos de juego,
o simplemente presionemos el botón rojo y prohibido
mientras decimos "bang, bang".
Todos los planes son buenos y funcionan:
despertar a los dragones y domarlos a punta de miedo,
el tuyo, el mío, el nuestro, qué más da,
abrámosle la puerta a la horda de zombies
y rompamos cráneos con los martillos sin recuerdos,
sin ánimo de justicia ni nada por el estilo.
Diversión pura, como una película de horror.
Y una vez, todo terminado,
paredes ensangrentadas
y piras funerarias levantando sus lenguas al cielo,
démosle la mano a las dos buenas personas que somos,
los dos asesinos honestos y sonrientes,
los terrores del terror,
a ellos.
Y formalicemos la cita, entonces, para el fin del mundo próximo.
Eso.
O veamos sólo una película de horror.

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