martes, marzo 24

Quizá estamos locos


–¿Qué hiciste, chico psicótico?
–Quería destrozar algo hermoso.
En una ocasión, a propósito de un manuscrito que nunca terminé de corregir (pero espero algún día concluir, o reescribir) Nadia Villafuerte me hacía una anotación: “En procesos mentales de inestabilidad, nadie se da cuenta de nada. La mente sigue siendo un misterio”. Ella estaba discutiendo con el planteamiento de un personaje al que creí haber dado suficiente forma. El tiempo me enseñó que no había sido así. Tampoco es como si a estas alturas mi mente hubiera dejado de ser un misterio y tuviera más clara la construcción de personaje alguno. El mío ni siquiera.
Lo que ahora he intentado plantearme es cómo podemos darnos cuenta de que hay algo oculto ahí, en ese lugar –parafraseando de nuevo a Nadia– donde no hay modo de quedarnos quietos y que es el amplio salón de nuestra mente. Quizá estamos todos muy locos y no hemos encontrado quien quite la cortina y devele, señale con el índice diciendo, “mira, ahí, justo ahí está el misterio, tu locura de siempre”.
Una de mis canciones preferidas de últimos tiempos es Crazy de Gnarls Barkley e inicia con una frase que, por lo demás, bastó para enamorarme: Recuerdo cuando perdí la cabeza (I remember when I lost my mind). La frase me recordó aquel breve intercambio epistolar con Nadia y me obligó a plantearme algo: Solo en retrospectiva podemos ubicar el momento en que algo se rompió. Quizá seamos nosotros mismos los que develamos la existencia del misterio. El momento en que algo se rompió (habremos de tener un montón de astillas clavadas por todas partes para recordarlo) y empezó la locura.
Ubicar el inicio de la propia locura bien podría ser la búsqueda de la última pieza del puzzle mental debajo del sofá. Ello no significaría, creo y bajo ningún punto de vista, resolver el cuadro, sino solo completar la forma para empezar la lectura. Y en todo caso, sigue uno dentro de un terreno pantanoso donde se podría caer en el autoconvencimiento.
–¿Por qué te van a confundir conmigo? Sí sabes.
–No
–Porque somos la misma persona.
Eso me hace recordar una lectura, Obrar mal, decir la verdad. En las primeras páginas del texto Foucault recuerda el caso de un psiquiatra francés, Leuret, quien diseñó una forma para tratar la locura: convencer al loco de que estaba, en efecto, loco. La cosa era más o menos la siguiente: después de interrogar al loco sobre su delirio, en una sucesión de duchas heladas, se “convencía” a éste de que lo que dice, piensa y cree no son otra cosa que locuras. La cosa se resolvía cuando, tras la labor de convencimiento, el enfermo decía:
—¿Ver y oír cosas es estar loco?
—Sí —respondía Lauret.
—Entonces todo es una locura.
Focault describe así una de las formas de tratamiento moral de la locura y remata en este breve pasaje con una frase: no se puede a la vez estar loco y estar consciente de que se está loco.
¿No se puede?
En el trabajo de arqueología sobre los recuerdos es probable ir recogiendo las astillas hasta encontrar el sitio del impacto. ¿Eso sería tanto como el principio de sanar la locura? Quizá para alguno de los tipos de psicoanálisis sí.
El personaje del que escribía y analizó Nadia no sabía dónde empezaba su locura, pero era consiente de la misma. No era ese un detalle menor. ¿Cómo podía ser consiente sin saber dónde estallaron las astillas? E incluso, cabe aquí otra anotación, identificar cuándo perdimos la cabeza no implica ni remotamente demarcar la frontera del delirio. Esa línea es muy flexible, casi gaseosa y en lugar de ser sujeta a contención, nos envuelve. El secreto está al final, en una suerte de punto de no regreso donde puede quedar claro que no resulta imposible deshacernos de la locura ni reconocerla por completo, a excepción de sacrificar algo.
En Fight Club de Chuck Palahniuk –cuya adaptación cinematográfica cuenta entre mis cintas favoritas–, Tyler Durden es el encargado de levantar el velo sobre la mente del narrador. ¿O es éste último quien hace la revelación? No es eso lo importante, sino la forma en que se cobra conciencia sobre el delirio, la forma en que las imágenes un instante atrás distorsionadas por el misterio de la mente se iluminan y todo cobra sentido. El delirio no desaparece por esa toma de conciencia, pero en medio de la sala de estar de la locura algo ha cambiado. ¿Qué es?
La epifanía da masa a algo de lo que es posible asirse en ese momento, una certeza fría como el cañón de una pistola antes de la detonación y firme como el suelo donde aún se puede ver asomar a las serpientes. Y nada resuelto, después de todo. La mente sigue siendo un misterio.

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