A este cuarto llega,
es una visita habitual.
Galopa por el llano de la carne y se desboca
con sus tremores, con el hocico espumante
y los ojos buscando la sombra, el nombre, la presencia.
Hace añicos lo que toca con la sola mirada
(en el polvo acumulado las huellas,
deja la noche como una hoja rota,
hierba húmeda pisoteada por su carrera)
y el sudor en la piel se cristaliza
y cae,
escamas y escamas como copos afilados.
No la toco, no me toca.
Sin llamarle llega.
Tengo en la boca su nombre
guardado en el silencio, como un fantasma.
¿Y si durmiera?
Se haría sueño.
¿Y si huyera?
Se haría hogar.
La raíz en el pecho, leña para encender al tiempo,
esa hoguera.
Las ganas contenidas de nombrarla,
es;
y el destino en lenta sucesión
–un paso a la vez, para derruir el paisaje–
mientras veo cómo se me lleva
entre las crines
la calma.
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