Me pregunto, a estas horas, cuando las aspirinas no han hecho ni madres por mí -ni conmigo-, justo en este momento y no en otro, como si de verdad importara, cuando todavía puedo paladear la hiel, un tanto por impotencia, otro más por simple deporte extremo, sí, justo aquí y ahora, en este sitio que no es el mejor del mundo, donde me ahogo un poco cada día, donde mi cabeza no funciona como debe, si, jajajá, justo aquí -me gusta el sonido estridente de mi risa, la forma en que rompe la tranquilidad de las salas de cine, la manera en que delata que es mía y de nadie más, nadie puede reírse con las ganas con las que lo hago, nadie, mi risa me gusta, quisiera tener risa para regalar-, mientras me palpita el lado izquierdo del cerebro, mientras se hincha mi sien de manera imperceptible para todos pero no para mí, mientras deseo fervientemente un algo de qué asirme en este instante, barca, madera, ancla, con los ojos ardientes, ardorosos, ardidos, con el sueño revoloteándome en la garganta como un eructo, con los pies sudorosos, con el hambre congelada, la sed echa jirones por la cocacola, con el asco del cigarro, el mareo, con los achaques propios del estrés, del desgano, con las ganas de reventar madres por mero gusto, por venganza, por nadamás, aquí, sí, ahora, así, me pregunto, si algún día...
jueves, febrero 12
Hiel y jaqueca
domingo, junio 22
Polvo, polvo, polvo.
polvo.
Bajo la cama, incrustado al colchón,
polvo.
Mira cuánto hay sobre la computadora.
Cuánto abajo y a los lados.
Mira cómo se ha incrustado a las superficies
de todo lo que veo.
Polvo, polvo.
Échale agua para barrerlo.
Échale agua para sacarlo.
Polvo,
polvo.
Quiero quitarlo todo.
Polvo.
Quiero expulsarlo.
Polvo.
No dejes que se meta a mi nariz
y me la tape.
Polvo.
Soy alérgico. Me hace estornudar.
Me lloran los ojos.
Polvo.
Todos mis recuerdos cubiertos.
Los diarios acumulando.
Polvo.
Maldita sea, que alguien limpie todo.
Que alguien se lo lleve.
Antes de que termine siendo
polvo, polvo, polvo.
lunes, junio 2
Calígula Redivido.
Con el seño fruncido, agitó la cabeza negativamente. Varias manos se apresuraron a retirar las ropas, ajustar las medidas y colocar una nueva muda sobre el cuerpo. La expresión no cambió pero el movimiento de cabeza fue ahora afirmativo. Los testigos reprimieron un suspiro de alivio y se retiraron sin dar la espalda. Era parte del ritual, bajar la mirada y adivinar por instinto de supervivencia la posición de las puertas de salida.
Al bajar del pedestal dispuesto para los efectos del vestido, el joven alivió la expresión y miró hacia el cuarto solitario. El reloj de pulsera marcaba pocos minutos antes de la hora prevista. Su fino oído le permitió percibir los pasos que se acercaban y la sucesión de los elementos necesarios para los placeres de aquella tarde.
Complacido con la puntualidad de la servidumbre, se encaminó hacia el amplio sillón del fondo para sentarse cuidadosamente, evitando que la ropa recién puesta se arrugara. Las puertas se abrieron y varios sujetos entraron sin decir palabra e iniciaron su tarea.
Faltaban pocos segundos en el reloj de pulsera. El brillo dorado no desentonaba sobre la piel aceitunada. Aquel accesorio había sido mandado a hacer específicamente para aquella muñeca y las manos que lo confeccionaron habían sido cercenadas después de que el nuevo dueño aprobara el trabajo. El joyero contratado jamás volvería a realizar una pieza de aquella magnificencia. Eso lo sabía muy bien él, quien ahora esperaba al compás de las agujas del reloj.
La última vuelta del segundero acompañó la llegada de tres personas. Dos eunucos entraron sujetando de los brazos a una hermosa joven. La nueva víctima vio con ojos aterrorizados la imagen del dictador.
El galante sádico sonrió con displicencia. Los otros trabajadores habían terminado de colocar el intrumento de tortura y armado el panel de armas. La mujer fue despojada de las ropas por debajo de la cintura y colocada en posición sobre el aparato.
Los hombres que habían terminado su trabajo se retiraron sin dar la espalda al dictador, mientras que los eunucos permanecieron haciendo guardia fuera de la habitación.
La doncella lloraba, estaba sujeta de las muñeas con ataduras y sólo poseía la mitad de sus ropas. Cuando la tortura inició, el llanto se convirtió en gritos desesperados. El primer látigo, con los extremos coronados por esquierlas afiladas, despedazaron la carne de la espalda destrozando los restos de ropa mientras el dictador la sodomizaba. El espectáculo provocaba un resplandor en los verdes ojos del victimario. La sonrisa brillaba con cada gota de saliva despedida desde la lengua.
Antes de desmayar a causa del dolor y la humillación, un nuevo golpe, un nuevo corte, volvía a la vida a la víctima. Una estocada exacta permitía mantener con vida el cuerpo que había empezadoa perder su vida y se convertía en una masa sanguinolenta.
El dictador tomó la navaja para deshollar y cortó las ataduras con presteza. Volteó el cuerpo de la muchacha cuyos ojos se desorbitaban de dolor y arremetió cuerpo contra cuerpo una vez más. El arma afilada resbaló de sus manos por la mesa de tortura. El hombre se separó de ella y la tomó de los cabellos. Acercó su cabeza a los muslos. La obligó a acercarse, extasiado de su dolor, recordando a las mujeres que día tras día eran llevadas a su habitación, que durante los últimos once meses habían sido torturadas y asesinadas por sus propias manos; recordó las voces de protesta acalladas por su ejército, las miradas oprimidas por el hambre y el terror. Todo aquello provocándole un gran placer, un éxtasis que parecía infinito, un regocijo que fue cortado de pronto, limpiamente, por la estocada de un cuchillo de deshollar clavado con determinación entre sus piernas, con un filo que subía hacia su vientre sin detenerse, empujado con las últimas fuerzas de una muchacha desesperada.
miércoles, mayo 7
Si alguien espera...
Estimado Mundo:
¿Esperas acaso que te diga algo el día de hoy?
Entonces, pierdes tu tiempo.
Atentamente:
Yo.
P.S. Son las palabras no dichas, las que se esconden y se entregan a hurtadillas; las que se empaquetan en pequeños sobres sin perfume, disimulados y furtivos, las palabras que se dicen cuando no se tendría que decir nada, las que de verdad importa y esas, no son para el Mundo.